Trovador Eduardo Peralta

Monday, February 11, 2008

Artículo del poeta Carlos Trujillo sobre el concierto de Eduardo y Cecilia en EEUU

EDUARDO PERALTA
Y CECILIA ECHENIQUE
EN PRINCETON

Ay, golondrina chilota, di si en tus viajes
has visto que alguien recuerde su libertad
en la Isla Grande y también por estos parajes
un poco menos salvajes
hasta donde me ha traído mi ansiosa edad.
(Eduardo Peralta)

Cuando comienza el año con su enero, su febrero y su marzo
se me empatria el corazón chilote y hasta los ojos y los huesos
se me empatrian de pura nostalgia en esta lejanía. Y no es
para menos. Mi gente, mis amigos, mis parientes, mis ex-vecinos,
están disfrutando del verano, del olor a verano, del color del verano,
de los amigos que llegan, de las idas al campo o a la playa, de los
festivales costumbristas, de las manzanas de enero, de la chicha fresca,
del cordero, del ajo, de la chuchoca y de la música que aletea libre
y airosa por el archipiélago y hace vibrar a todo el mundo, es decir,
a los de casa y a los turistas.

Cómo entonces no se va a empatriar este cuerpo mío que tanta patria
ha vivido y tanta patria extraña. ¡Salud, a sacar los pañuelos, y ésta sí
que es cueca mi alma! Pero por aquí (y tal vez por allá) no hay ni
pañuelos hoy día. Creo que soy de los pocos en estos alrededores
que todavía lleva su pañuelito, siempre limpio y bien planchado en el
bolsillo del pantalón. Pero no hay peñas, ni festivales, ni calor, ni playa,
ni asados de cordero, ni curantos, ni menos todavía un buen navegado
y una empanada de esas que chorrean su caldo por la mano y la manga
y se meten debajo de la correa del reloj y uno no se apura, hasta en el
pantalón deja su mancha fea pero caldúa. ¡Es que es invierno en estas
tierras gringas! Y ustedes saben que por lo general los gringos hacen
todo al revés. Ponen el invierno cuando es verano, a la chicha fresca
le dicen apple cider, confunden el 18 de septiembre con el 4 de julio
y no hay ni una sola calle a la que le hayan puesto Bernardo O”Higgins.
Con cuestiones como ésas es bien fácil confundir a cualquiera.

Pero ayer, con invierno y todo nos dimos el gusto de sentirnos en
una peña chilota o chilena, con buena música, alegría, aplausos,
entusiasmo, y dos artistas excepcionales que llenaron de música,
canto, entusiasmo y chilenidad la noche de Princeton. El programa
de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Princeton tuvo
la acertadísima ocurrencia de invitar a Cecilia Echenique y Eduardo
Peralta (Two voices, one guitar. Songs from Chile and Latin America),
y estos dos grandes exponentes de nuestra música no se hicieron
de rogar y a las ocho de la noche, en punto, se aprestaban para salir
al escenario mientras el pequeño pero hermosísimo teatro de la
universidad, no lograba contener la expectación de ese público formado
mayoritariamente por norteamericanos y chilenos, aunque había gente
de diversos países... Unos habrán llegado para conocer o para volver
a oír algo de esa música diferente llegada desde el sur; los otros, sin
ninguna duda, para sentirse en esa patria que no ha quedado atrás sino
que siempre llevan adelante como si se les hubiera hecho parte del paisaje.
Del paisaje emocional, por supuesto, del paisaje de la emoción y del
recuerdo que anida hasta en los huesos del que anda por el mundo
con marca de forastero.

Cecilia y Eduardo emocionaron a todos e impresionaron a todos con
una presentación formidable en cuyo repertorio no faltaron las
canciones de Violeta Parra, Víctor Jara, María Elena Walsh, Silvio
Rodríguez, Pablo Milanés, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina,
Dióscoro Rojas, Eduardo Gatti y del propio Eduardo Peralta. Entre
medio de todo una infaltable cueca de Pedro Yáñez para animar el
jolgorio con la destreza acostumbrada del guitarrista cantor y la bella
y estilizada danza de Cecilia Echenique. Bien por ellos y bien por
todos los artistas que llevan lo bueno de Chile a mostrarse a otras
latitudes, a probarse, a recorrer mundo, y a empaparse de lo que
existe más allá de nuestras fronteras para volver al nido más
maduro, más seguro, más fuerte.

Por una noche el invierno se hizo verano, la temperatura se volvió
benigna, el cielo se iluminó como un espejo y estuvo más repleto de
estrellas que aquel poema juvenil de Neruda, cuando recién estaba
empezando a olvidarse de Ricardo, Neftalí y Eliecer. El público no
paraba de hacerlos volver al escenario y ellos volvían cada vez
sabiendo que los allí presentes no sólo disfrutaban de su música,
de su canto y de su presencia allí en el Frist sino que necesitaban
prolongar cuanto fuera posible ese espectáculo que se había
transformado en un lazo emocional con la patria lejana.

Acabado el concierto, acallados los aplausos, apretadas las carnes
en los huesos, el público se quedó largamente en los pasillos para
hablar con los artistas, para comprar sus discos y el libro 100
CANCIONES de Eduardo Peralta, publicado recién. El abrazo del
reencuentro fue largo y emocionado. Mi familia y yo por dos horas
nos sentimos en Castro, isla de Chiloé, no muy seguros de si estábamos
en el Salón de Actos de los Padres Españoles o en la Casa Pastoral
de los Padres Franciscanos, tampoco entendíamos si eso estaba
ocurriendo en 1980 o en 1989, pero fuera lo que fuera donde
estábamos, nos sentíamos contentos, renovados
y tremendamente bien.


Carlos TRUJILLO

Villanova University
Havertown, 10 de febrero de 2008

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